miércoles, 17 de septiembre de 2008

Estadíos


Es una habitación. La habitación primero está en penumbras, y el único haz de luz proviene de un monitor de pantalla plana. El monitor encendido está encima de un escritorio de vidrio y metal. Hay gran cantidad de papeles y objetos variados haciendo opaca la superficie transparente. En el monitor, hay abierta una ventana de diálogo. Pone "Sergio" en la parte de arriba. Todo está en silencio. La ventana permanece por segundos en blanco. Luego, en un momento, aparece una frase en negro.

Y aquí estoy, luego de un momento de una orgía de sexo desenfrenado oscuro. Pero te vi con tiempo para pasarte esto...

Ella lo mira desde el costado de un escritorio de madera rectangular. Delante de sí, una montaña de papeles en orden caótico se despliega en todo su esplendor. Hojas llenas de puño y letra se mezclan con las palabras a computadora. Un vaso de algo terminado aparece a la derecha, encima de una tarjeta de subterráneo. Es, posiblemente, un salón comedor.

Sentado en la cabecera, inmediatamente a su izquierda, él empieza a contarle todo aquello. Afuera de las ventanas, a medio cerrar, cae la tarde. Ella no escucha nada de lo que dice, porque sólo se dedica a mirarlo a los ojos. Toda su atención se posa en sus pupilas amparadas por los anteojos. Permanece así mientras él detalla lo que, mecanografiado, no serían más que tres líneas de texto. En su voz, suena como una eternidad armónica, sin significado, en la que perderse.

El ocaso de sus palabras trae el silencio y una repentina oscuridad. Posiblemente, una nube acaba de pasar frente al sol y agotado así la escasa luz de ese, posiblemente, día nublado. Él pregunta algo que se pierde para siempre en la memoria de ella. Ella interpreta que le pregunta por su actividad, y responde apuntando a lo que está a su merced. No parece tener nada más que decir. Su obligación le ha consumido todos los temas de conversación.

- Qué aburrimiento - responde él, negando -. Lo mismo que mi ex que me espera en la cama...

Los deberes mutuos los han agotado. Ninguno quiere continuar con eso.

Ella deja de inclinarse sobre sus hojas. Lo mira. Él está perdido en la habitación, en otro lugar, más allá de las paredes. Ahorcado entre las sábanas. Está sentado rígido, muy derecho, con los brazos tensos y las manos sobre las rodillas. Sus nudillos empalidecen un poco, aunque sus mejillas siguen llenas de color. Entonces, ella mira la mano que le queda cerca. Se inclina. La agarra, la despega del jean. Empieza a acariciarla.

- Entiendo...

Él cae a la situación. Todo en sí se vuelve hacia ella, por fin. Las cejas arqueadas terminan por bajar a su nivel normal de nuevo. La mira sin espantarla, pero sin reaccionar. Su mano está muerta entre los dedos dulces que buscan darle respiración artificial. Los roces en la palma le dan electricidad.

- Pero, ¿es que no tienes que estudiar?

- Ya estudié, Sergi.

La mano es elevada en el aire. Los labios calientes ensayan una respiración boca a boca. Los dedos continúan la reanimación pulmonar. Ella se inclina sobre la mesa, tira despacio de su brazo. Posa ambas sobre los papeles, y apoya el mentón sobre la que no le pertenece. Se recarga sobre él, que ha revivido. Quiere mantiene el calor que ha vuelto a tomar su mirada.

No tarda en haber respuesta. Desde atrás de los anteojos, se despliega la dulzura de la miel. Sonríe. Hace que sus dedos reconozcan a sus salvadores. Explora cada rincón de aquella mano más pequeña que se ha hecho inmensa bajo la suya. Sólo con su gesto, la abraza con tanta fuerza como para romperle los huesos. No contento con ello, se inclina hacia ella. Sus ojos quedan a centímetros de intimidad, aunque siguen muy separados.

- Cuando era pequeño, no podrías entender lo que era para mí la televisión todo el tiempo encendida para enfermarme y cuando me acercaba a las vacas… Me sentía muy inseguro...

Es la confesión de mayor profundidad que puede ofrecerle. Él sabe que sólo ella lo conoce tal como es en realidad. Y aún así, sabiéndolo todo, ella sigue recargada en su mano. Recostada, como lo estaría contra su hombro o su cuello si pudiera. Pero no puede; no aún. Aquella distancia es demasiada para cruzarla tan fácil. Quizás algún día pueda consolarlo con suspiros de aliento contra su oído. Quizás también él pueda sostenerla con la carne y la sangre, además de con las palabras y la razón.

Sus palabras siguen, entrándole a ella por los ojos. Todos los demás sentidos están anulados. Sólo quedan los ojos y el alma. El significado vuelve a perderse, pero queda archivado en una memoria rígida. La de ella, es volátil. Y aquel momento, como todos los suyos, es efímero.

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