martes, 23 de septiembre de 2008

Elecciones

La posición horizontal se eleva perpendicular hasta permitir los pasos. La sensación de haber cambiado el corazón de lugar retumba solitaria en las sienes. Aquella fuerza sin nombre se echa sobre la sangre y su mano envuelve lo que queda del pecho vacío. Presiona el aire hasta agotar los pulmones y deja que la piel se vuelva transparente. Quiere que la mente se quede en blanco. Sus intenciones son sólo evitar el colapso.

Recuerdos vagos de los candidatos de mis decisiones chocan contra las paredes de mi conciencia. Tengo impresiones de haber participado desde adentro en la maquinaria del poder. Miles de papeles de colores todavía llueven ante mis ojos en colores que no representan mi pertenencia. Los ojos me arden como si hubiera tratado de lavarlos de aquellas cosas. He sido aferrada por una traición a mi propio ser que parecí haber consentido.

Y luego, envuelta en los problemas de mis olvidos, enfrento el problema de mi memoria. Las hojas escritas frente a mí son como sesenta papeles en blanco. Las frases se han ido de mi cabeza. No puedo repetir siquiera mi nombre. Una especie de pánico escénico se hace con mi presencia y destroza mi seguridad. Me pone frente a la línea del temblor, y me empuja hacia la ansiedad. Pensamientos fatalistas se cruzan a cada nueva línea olvidada. Pierdo la noción de lo que es la relatividad. Esto pasa a ser lo único, lo más importante en la vida, y lo único que no puedo fallar.

Las elecciones serán tan pronto como en unas horas. De mis candidatos, ahora bien, sólo queda uno. El otro fue asesinado mientras desfilaba ante mis ojos. De la mano lo tomo, dejo que me rodee los hombros, y suspiro. En realidad, no es mi decisión. Pero más vale infierno conocido que infierno por conocer.

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