domingo, 31 de agosto de 2008

Andar vacilante

I.

Un esquina a medias iluminada. Un padre en tránsito que da el último adiós. Una pareja enlazada, confundida en labios y palabras. Una noche cerrada, densa y ruborizada, cuna de los infractores del decoro. Un tránsito escaso y contradictorio, de cualquier rumbo, a cualquier color. Allí me paro, de espaldas a la barbarie, de pie frente a la caída, a esperar mi destino.

El escurrir del tic tac digital me encuentra mimetizada en el ambiente. Como en un prisma angular, los segundos pasan a través de mí y se refractan en mi conciencia. Mis pasos guían una elipse en el barro, en el pavimento, luego sobre el pasto, sobre la tierra. Susurros a mi alrededor vuelan hasta hacerse de mi imaginación, y concibo un silencio que cubre hasta a los latidos de mi impaciencia.

Frenan ante las botas mis dos salvadoras, que me ofrecen un atajo al final. Sopesan en su calma irreflexiva la negativa a su condición. Se transforman en simples pasajeras de aquella rotación sin control, y se disuelven a mi mirada en un estallido de luz. No hay alternativa más corta que la elegida excepto la del sacrificio como medio, derramando el petróleo de aquellas mangueras que alimentan.

Y por fin, resonante, la llegada. El abandono a cualquier otro pensamiento, la aceptación al despojo de cualquier otra libertad. Se produce la entrega sin límites, cambia de manos el poder. Se vomita el rencor por los ojos, y el ácido gotea invertido hacia el interior. La última ola golpea en mis ideas cuando se clausuran mis escapes. Y no queda más de mí, excepto un transcurrir lleno de terremotos en mi piel, huracán sobre mi cara, y sequía en mi esperanza.


II.

Un túnel abierto sólo iluminado por focos como estrella artificial. Un pasar continuado de rostros y recuerdos nítidos como carteles de neón. Una blanca hecha de pequeñas rectas señalando con impunidad. Un movimiento acompasado de los líquidos que aún permanecen dentro. Allí me siento, de frente a lo inevitable, de cuchillas ante la guillotina, a callar mi desacuerdo.

Pero fuerzo mi salida de aquel devenir. Los cuchillos de la oscuridad me atacan uno tras otro, me descubren jadeando, al dejar todo aquello atrás. Achico a la carrera la perspectiva del punto de inicio. El tiempo se derrite fuera de mi como la persistencia de la memoria. El llamado que debía ser termina siendo, el grito de mi última oportunidad, y me quiebra el muslo. Todo se acaba en el suspiro que se aleja...

Y dejo a la recta de la decadencia seguir su camino. El mío me implora desde otro lugar. Aquel donde está el eje del alarido, donde confluyen mis últimos motivos, aquel que ladra ante mi esfuerzo y reta mi dolor. El tic tac digital derrama su última gota y acaba de escurrirse, por fin.

He llegado. Me he ido.

jueves, 28 de agosto de 2008

Derechos de papel

Hay un hotel. Es de noche. En el hotel, los ascensores suben hasta el piso 23.

Estoy en uno de los ascensores. Hay luz, pero noto mucha oscuridad. Estoy con Mercedes. La puerta que se cierra es metálica, y la cabina está totalmente espejada; se refleja la oscuridad haciendo que todo parezca gris denso. Miro a mi izquierda el panel con los botones, sabiendo que ya apreté el correspondiente. Espero que el ascensor empiece a bajar; en cambio, empieza a subir. Veo como la luz roja va pasando de uno en uno por los primeros números, en escala ascendente. Noto la adrenalina manejarme el cuerpo. Sé que no tiene que subir, sé que el ascensor está teniendo algún problema. Siento un miedo repentino que me destroza.

- ¿Por qué estamos subiendo? - pregunto a Mercedes, que no dijo nada hasta el momento.

La luz roja se posiciona en el 10. Todavía faltan muchos pisos para que el ascensor suba sin control, pero se frena en seco. Miro a Mercedes: me doy cuenta que estoy intuyendo una tragedia. Y tal como me doy cuenta de eso, escucho un ruido metàlico que identifico. La soga de metal acaba de partirse. El ascensor empieza su caída libre sin que podamos gritar ni un sonido irracional.

Las puertas de reja antigua de la planta baja están abiertas para cuando el ascensor se destroza contra el piso. De alguna forma, no soy conciente de ella, Mercedes y yo logramos saltar a último momento por esa abertura. Pecho a tierra, vuelan sobre nosotras esquirlas de todo tipo, maderas rotas como si el ascensor fuera un cajón de manzanas, y pedazos de metal. Me levanto como puedo, sin poder respirar bien, y miro como en el hueco del ascensor sólo quedó una pila de basura, lo que era la cabina. Mercedes y yo nos miramos en el más profundo de los espantos.

Bajamos de algún modo al subsuelo cuatro de aquel hotel, que era a donde queríamos ir desde el principio. Buscamos con desesperación hasta dar con una habitación en la que está la persona que queríamos ver. Martina, con Alejandra y una tercera persona que no identifico, nos cuenta que por fin ha conseguido una habitación para tres, y que a pesar de ser más reducida de lo recomendable, está contenta con ello. Le contamos todo lo que nos ha pasado, se lamenta con nosotras, y la imagen se vuelve difusa por completo.


La noche sigue transcurriendo; o es otra, o es la misma más tarde. Julieta mira una vidriera en el medio de una calle solitaria, oscura y con las veredas húmedas. Al otro lado del vidrio hay bolsos y carteras, un estante con mercadería de cuero negro. De pronto, Julieta se da vuelta llevándose la mano a su bolso contra su muslo, y se encuentra cara a cara con un nene. El nene tiene entre diez y doce años, viste ropa sucia, rota y grande para su talle. Tiene los ojos enormes y muy brillantes. Tiene el gesto contraido en algo parecido a la angustia y la vergüenza, mezclado con resignación. Tiene la billetera de Julieta en la mano.

- Yo no quería, pero no me quedaba otra - dice sin moverse de su lugar.

Julieta lo mira sin reaccionar. Luego lo agarra por los hombros, y le pide que, aunque sea, le dé los documentos de adentro de la billetera. El nene sigue repitiendo que él no quería hacerlo, mientras Julieta sólo le pide los documentos. Julieta le pregunta si tocó algo más del bolso, a lo que el nene asegura que no tocó nada más. Al final, Julieta ofrece darle plata que tiene en el bolsillo a cambio de la billetera, que tiene muy poca plata en comparación. El nene acepta, repitiendo una vez más que él no quería hacerlo, y que no le agarró nada más del bolso.

Julieta agarra al nene de la mano, y se lo lleva a una confitería para hacer el cambio. No quiere hacerlo en medio de la calle totalmente solitaria, así de oscura. Juntos atraviesan la plaza Sarmiento, oscura por la noche y difusa por una niebla repentina, caminando por la vereda de la avenida 9 de Julio. En la plaza Sarmiento, hay un grupo de hombres jóvenes jugando fútbol, que responden a lo que Julieta suele llamar en joda "portación de cara".

En la esquina de 9 de Julio y Héctor Guidi, se encuentran con dos personas, que resultan conocidos de Julieta. Se dirigen entonces los cuatro a la confitería, en la mano de enfrente. Hay dos confiterías, una al lado de la otra, donde en realidad deberían haber una panadería y un garage. Julieta le deja elegir al nene la confitería que más le gusta. El nene elige la que está en lugar del garage, así que entran a esa, y Julieta le dice que elija la mesa donde quiere sentarse. Despiden a los conocidos de Julieta, y se sientan.

Julieta le pide la billetera al nene, que se la da. La apoya encima de una de las cartas, que están encima de la mesa. Julieta agarra una servilleta de papel, y empieza a escribir con una lapicera azul. Le empieza a enseñar al nene cómo hacer un contrato sin que lo caguen. Lo va escribiendo, y señalando los ítems con la punta de la lapicera mientras le habla. Se ve que anotó una fecha, y señala una palabra inmediatamente abajo de ahí.

El nene pregunta a Julieta para qué le enseña todo eso, si sólo es un cambio de billetera por plata. Julieta le dice que es para él, para que en el futuro, no le pase nada. La imagen se volatiliza.

martes, 26 de agosto de 2008

Estrellas Abiertas


Estrellas abiertas van a empujar tus pasos
cuando no camines a ningún cielo
excepto al mío de nuevo

Nubes de aliento van a robar tu aire
mientras siga viendo tu espalda
y no tus pupilas claras

Estrellas abiertas van a cuidar mi abismo
desde que me ayudaste a dejar de ser
a volatilizarme de la memoria colectiva

desde que era el principio de mi vida
y hasta que sea el pozo de mi muerte