sábado, 18 de octubre de 2008

Suficiente


La puerta está frente a ella. Sólo a un par de pasos, la seguridad del útero de cemento. Es de noche como en todas sus expediciones. Ha pasado un día del que no recuerda nada. Una bolsa de plástico cuelga inerte de una de sus manos. Los pequeños metales dorados giran acompasados en la otra. Sus caderas se mueven a penas mientras los pies la siguen guiando. Su cabeza está más allá de su realidad.

Tres hombres aparecen sobre ella. Hablan el dialecto de sus prejuicios; visten la ropa que los identifica como presos futuros. La cercan contra una de las paredes, cerca de la puerta. La unión de sus tres espaldas hacen cinco de las de ella. Sus tres presencias hacen un único miedo suficiente. Piden las llaves de acceso a lo más valioso, y toman con sus manos lo más ordinario. Amenazan con recorrer lo que late para conseguir lo que está inerte. Se acercan tanto que su aliento se transforma en un olor que ella nunca va a poder olvidar.

Bloquea la noción de lo que sucede. Luego, no podrá detallar qué le han dicho o qué le han hecho. El instinto del animal bajo la cultura aflora con la fuerza del horror. Se levanta frente a los tres hombres con la forma del ser más peligroso bajo el cielo. Ruge su rabia hasta aturdirlos y dejarlos fulminados como si estuvieran quietos. En ese segundo bajo esa ilusión óptica, ella logra pasar a través de los brazos y los cuerpos. Va visto antorchas de su salvación en aquella cárcel. Corre hacia ellas sin mirar atrás.

El pavimento recibe su corrida y las rejas del patio vecino la condenan de antemano. Pero su primer grito es respondido por uno que estaba sentado en las sombras. Le abre con la confianza de la urgencia y vuelve a sentarse mientras ella se aleja a un rincón muy escondido. Se queda de pie rearmándose en temblores mientras el grupo de hombres la observa. La fiesta de las botellas y los papeles de su piso se ha interrumpido con su presencia. Nadie hace ningún movimiento más.

Ella no sabrá luego cómo decirles lo que le ha pasado. Apenas retoma el pánico de encontrarse sometida al deseo ajeno. En aquel bálsamo de silencio e incomodidad, pasa el tiempo necesario para poder salir de la sombra sin miedo. El mismo que le abrió se pone de pie y espera su tranquilidad para dejarla ir. Ella le agradece con palabras que nunca va a recordar, y vuelve a pisar el escenario de su tragedia. Pero ya no hay nadie más.

La puerta vuelve a estar frente a ella. La abre. Y, olvidándose, se lanza a los brazos de su más íntimo refugio.

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