miércoles, 15 de octubre de 2008

Centros


Viajo de tanto en tanto a aquellos lugares que no conozco. Me traslado por medios que no me producen jet lag. Paso el tiempo vistiendo ropas que nunca he calzado, y recorriendo con pies descalzos las tierras que todavía no pisé. Veo a la gente que aún no conozco y sonrío. Toco lo que nunca estuvo a mi alcance. Nado en los ríos del agua que corre muy lejos de mí, a tanta distancia, que ni siquiera puedo olerla. Navego en los olores que mi memoria aún da por desconocidos.

Con infinita paciencia mis lugares se van transformando. Los pasillos de mi niñez se vuelven las naves sagradas de un saber de milenios. El uniforme de mi escuela se vuelve seda mientras camino con mis años al altar de mis recuerdos y lo encuentro irreconocible. La luz que se dispersa por el aire no viene de ninguna de las ventanas antiguas. Ya no hay obstáculos; aquel ya no es mi sitio. No tiene espacio alguno en mis percepciones.

Las paredes parecen hechas de rayos, y el suelo es un fluir de brillo. Contra la pared más lejana a mí, enfrentada al marco de la puerta, hay una figura sentada. Tiene las piernas cruzadas en un ángulo que para mí es imposible. Guarda la esencia de lo femenino en hebras largas que flotan en la completa libertad. Adopta el género contrario con la fuerza avasallante de su presencia. Sin ningún gesto, ni el mover de sus ojos negros, me extiende la invitación a proseguir mi camino.

Los círculos están cavados en el suelo, formando una espiral concéntrica que apunta hacia una esfera luminosa. Los surca agua que parece hecha de plata y mercurio. El pasar se arrastra como mi energía y se funden en algún lugar lejos de mis ojos. Paso a través de aquella barrera como si no existiera, y me acuesto sobre un rectángulo suspendido. Dejo caer el cabello y cierro los ojos, mientras los músculos se van desarmando y los huesos volviendo a su lugar. En la rosa de los vientos, mis pies apuntan cardinales al centro. Me abro a la voz que me envuelve, la voz femenina, que comanda el movimiento de todo sin moverse ni por un instante.

Me pierdo en aquel intercambio existencial. La noción de mi realidad se agota en mi cansancio, y respondo sin ganas de ocultarme como siempre. Me dejo ir en un pasaje eterno sobre las épocas y las vidas; montada sobre el absurdo, recorro la historia desde mi primer nacimiento hasta mi último aire. Exhausta como si hubiera parido mi propia memoria, recojo lo que quedó de mí luego del vértigo, y vuelvo a lo que me espera. El cielorraso de aquella capilla se difumina entre los brillos y el cemento gris.

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