miércoles, 1 de octubre de 2008

Eones


Salgo de mi habitación a un cuadrado oscuro. Llevo en las manos los papeles eternos de estudios sin acabar. Me dirijo a lo que, antaño, era la escalera de salida; pero el lugar se extiende y desaparece como tal. El marco por el cual salí es la entrada a un quincho, donde se dispersan esas redondas como para quince personas. Doy pasos directos entre las parrillas, sin dirigirme a ningún lado en particular. Parezco no haber notado que aquel no es mi sitio. Parece no importarme que aquellos no sean mi gente. Y sin embargo, entre tantas caras desconocida, a una nunca la he visto pero sé quién es.

La imaginaba rubia, pero tiene el pelo negro sin matices. La imaginaba blanca, pero su piel es color canela. Pensaba que sus ojos eran claros, como creí haberlo visto antes, pero son más oscuros que su pelo. Su boca es más perfecta que mis recuerdos. Sus rasgos son la armonía de la belleza nativa de un país que no es el mío. Y en mi contemplación, en mi sorpresa, te cruzaste.

El tiempo sin verte no borró mi conocimiento de tu cara. Te reconocí aún cuando estabas de espalda. Me ha sido imposible olvidar cómo se adaptan los jeans a tu cuerpo. Y cuando te diste vuelta, eras tan conocido como si te hubiera tocado toda la vida. Tan nítido a mis sentidos como si no guardara de vos sólo tu recuerdo. Tu sonrisa al verme no era la de aquella despedida, ni la de el olvido aquel amor.

Y terminamos en la cama, hablando. Encima de las sábanas que ni siquiera corrimos, echados con cansancio, volvemos al silencio. Aquel contacto es lo único que necesitábamos por un rato. Es la única forma de nos comunica en realidad. Y cuando viene ella y nos descubre ahí, yo apoyada contra el cabecero y acariciándote el pelo, vos con la cabeza en mi pecho en las arrugas de mi camisa, pienso que te vas a ir de nuevo. Que tras otra promesa de reencuentro, algún día, te vas a volver a ir. Te suelto, para que corras a sus brazos, al pecho de quien te cubrió mi ausencia.

Pero vos levantás la cabeza, y le decís que se vaya. Que vos vas a ir en un rato, pero que todavía nos queda mucho que hablar. Volvés a poner la cabeza en mi pecho, y ella se va sin decir nada. Volvés a cerrar los ojos acomodándote entre los pliegues de tela y carne. Y nace en mí el llanto de la nostalgia, el clímax de mi búsqueda en el mundo. Siento la sensación nunca experimentada de la preferencia concreta, notoria, oponible a terceros. Mi mano vuelve a tu pelo negro con una suavidad de la que nunca fui capaz. Vuelvo a vos con la fuerza de tu imán. Todavía existe aquel magnetismo. Todavía existe ese efecto.

Cuánto tiempo pasamos así, no lo sé. Nada más puede pasar entre personas tan largamente conocidas, separadas ahora por tanta distancia. Atesoramos ese silencio como la más íntima compañía que siempre compartimos, y somos sobre esa cama lo que no fuimos bajo esas sábanas. Mis dedos son los besos que no te pude dar, y tus palmas son los abrazos tuyos que nunca llegué a sentir. La canela se mezcla con la vainilla, como se mezclaría si estuviéramos desnudos; o como nuestros dedos enlazados, en todos aquellos sueños que quedaron atrás.

Y yo lo sé, mientras siento tu peso en mi pecho. Ni vos, ni tu opresión en mí, quedaron atrás.

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