sábado, 11 de octubre de 2008

Invitaciones


Ella está despierta. Espera boca arriba que él llegue para poder descansar. Con las manos en los muslos, o cruzadas sobre el abdomen, mira al techo con impaciencia. La oscuridad no es total. Sus ojos abiertos, enormes, son los únicos puntos de luz de la habitación. Las sábanas y las mantas la tapan hasta la línea de los hombros. Para pasar el tiempo, con la mente en blanco, piensa en contar hasta diez.

Destellos blancos invaden las sombras. Ella se paraliza en esa misma posición. Dedos curtidos se deslizan sobre sus manos, mientras una boca invisible succiona su vida. Como en un beso perverso, con una lengua hasta la garganta, se le hace imposible gritar. Las caricias inesperadas siguen su rumbo, chocando a oleadas contra su sangre. No hay éxtasis. No hay pensamientos. Sin sonido alguno, la rodean y tiran para llevársela de una vez por todas.

El horror de aquella penetración le impide reaccionar. Apenas logra centrarse en que todo está sucediendo una vez más, cierra los ojos ciegos y la llama. Su nombre es lo único que se repite mientras las oleadas embisten contra su cuerpo. Una y otra vez, el nombre. Las embestidas. Se drena cada vez más su fuerza. El llamado a gritos destruye su cabeza. El blanco sigue comiendo intermitente a la oscuridad. Imágenes traspasan sus párpados cerrados. La abren del todo mientras sigue inmóvil.

Ella trata de que no entren más. Trata de cerrarse por completo. La parálisis va cediendo cuanto más fuerte es su grito. Nadie escucha el silencio. No hay ayuda posible. Mientras siguen tirando, intenta mover el brazo. El pánico transforma sus venas en un camino de hormigas dormidas. Sus músculos están ausentes de toda utilidad. El aire empieza a faltar. Las oleadas son más fuertes. El miedo se superpone al miedo. Todo se va desgastando, pero ella acelera el proceso. Los gritos van rompiendo la burbuja. La fuerza de aquel parto para expulsarlos acaba rompiendo la matriz.

Todo sigue en silencio. Ella sigue en la misma posición, mirando el mismo techo. El corazón le desboca las sienes y el parte el cuerpo. Se siente vulnerable, donde creía que no volvería a repetirse. Abierta por completo, fácil de quebrar, sola, imposibilitada de pedir ayuda. Nadie va a creerle. No hay nada que le puedan sugerir para hacer. Su seguridad se erosiona un poco más, queda al borde de la desaparición. Su cordura se balancea ante el abismo de la negación.

Vuelve a cerrar los ojos. Mejor seguir esperándolo. Mejor, olvidarlo todo. Y contar hasta diez.

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